Intervención en la conversación con George-Henri Melenotte
al término de su seminario “¿Cómo ignorar Las confesiones de la carne?”
Jorge Baños Orellana
1. Una embarazosa primera impresión
La iniciativa de conversar esta tarde con George-Henri Melenotte acerca de las dos analíticas del sexo propuestas por Jean Allouch me ha resultado muy oportuna. Les confiaré por qué. Hasta el día en que Eduardo Bernasconi acercó la idea de esta reunión, yo venía resistiéndome a leer el último libro traducido de Allouch: Para acabar con una versión unitaria de la erótica. Dos analíticas del sexo. Había leído con particular interés el libro anterior, No hay relación heterosexual, y temía que el nuevo fuese su extracto escolar. Quizás colaboraron el título tan asertivo y épico, y las apenas 80 páginas que parecían querer resumir, con el fulgor de las fórmulas, las 280 del sinuoso desarrollo deNo hay relación heterosexual.
El título parecía aseverar que, para el uno, la única alternativa era el dos. Que para acabar con la aglutinación de una versión unitaria, la solución era el destilado de una versión binaria. En la cumbre de mi malestar, temí que Para acabar con una versión unitaria anunciara una nueva cura tipo, que invitara a pasar, cuanto antes mejor, del psicoanálisis de la previsible erótica del objeto a al psicoanálisis de los abismos profundísimos de erótica de la no-relación… Desde luego, mis presentimientos estaban errados.
Sin embargo –y por eso lo cuento–, dudo que esta embarazosa primera impresión mía sea una rareza, algo que me singularice. Sospecho que un estudio de la recepción demostraría que, desde la vidriera y las mesas de librerías, Para acabar con una versión unitaria despierta con frecuencia prevenciones semejantes y también, lo cual es mucho peor, el apetito de pedagogos que, anticipando eso mismo del contenido de este libro, en lugar de criticarlo lo festejan y se imaginan pronunciando: “¡Saquen una hoja y dibujen una tabla de dos columnas! Columna 1 para la erótica del objeto, Columna 2 para la erótica de la no-relación”. De ser así, ¿qué podríamos hacer para desalentarlo?
2. Los antídotos melenottianos
Una táctica sería la de promover este nuevo libro enfatizando sus párrafos más contrapuestos a esos eventuales malos entendidos. Para acabar con una versión unitaria cuenta con sus propios antídotos, el problema es que pueden pasar por alto: es difícil torcer las primeras expectativas de los lectores. Al respecto, y disculpen que retorne al testimonio personal, creo que no hay mejor ejercicio que el que debí atravesar el último mes, el de tener que leer Para acabar con una versión unitaria mientras repasaba, al mismo tiempo, la obra de Melenotte de los diez últimos años. Porque la maestría de Melenotte está, antes que nada, en enseñar a ubicar hiatos y apreciar lo que sucede allí. En nuestro caso reconocer el hiato que habría entre una y otra analítica del sexo.
No digo la grieta entre una y otra analítica, porque estamos demasiado acostumbramos, al menos en la Argentina, a usar esa palabra para destacar la oposición de un binarismo partidario casi absoluto en que se reparten nuestras nuestras fuerzas políticas. Melenotte no habla de una grieta así, la de un sitio de imposibilidad, en donde no pasaría nada y nadie quiere ir a parar; él habla, en cambio, de un hiato donde suele alojarse y producirse, de un modo esquivo, acontecimientos de lo más interesantes.
Lo que encuentro en sus libros y seminarios son abordajes de textos y/o de obras de arte que él no lee con la urgencia de atraparles sus grandes verdades, sino permitiéndose diferir esas capturas para demorarse en las vísperas. En las vísperas en que se habría abierto el paso a la conclusión teórica o a la pieza artística estudiada. Tiempo de la víspera o, si se prefiere, espacio ubicuo y fecundo como el que Platón llamaba chora.Sirva como muestra de esa sensibilidad, el siguiente párrafo de la página 130 deSustancias del imaginario:
Witkin con la fotografía, al igual que Michaux con la tipografía, se topa con un muro. Es el movimiento lo que está congelado en su fotografía. Nos indica así que el movimiento prosigue. Se anuncian transformaciones imprevisibles de la imagen. Están ahí, sobre la imagen, en potencia, pero no visibles.
Empujado, entonces, por la temática de las dos analíticas y por la inminencia de nuestra conversación con Melenotte, me precipité a leer Para acabar con una versión unitariasin dejar de preguntarme en cuáles párrafos se habrá detenido, cuáles habrá preferido y desestimado nuestro interlocutor. Esta diplopía me ayudó a admitir más rápida, más nítidamente, lo desatinado de mi primera impresión, de mis precauciones adversas ante el último libro de Allouch.
Encontré, desde luego, pasajes de apariencia casi anti-melenottiana, como el de la pág. 43 que dice: “Sólo nos interesaremos lateralmente en lo que pasa entre las dos analíticas […] y la razón de ser de esta abstención proviene del hecho de que hubiera implicado escribir otra obra.” (las itálicas están en el original)
3. Figuraciones del entre analíticas
El caso es que, seguramente para regocijo de Melenotte y fastidio de los pedagogos, hay páginas enteras que desmienten lo que acabo de citar. Son momentos privilegiados en que Allouch barrunta acerca de los estremecimientos del entre, que conjeturan acerca de qué sucede en el mercado fronterizo de una analítica con la otra. Esos intentos son varios, son diversos, son dispersos y entiendo que son decisivos.
Las más de esas veces, apuestan a cifrar en un verbo lo que acontecería en ese hiato. En el entre-dos de las analíticas, nos dicen, se produciría un “volcarse”, un “verterse” o un “virar”. Acrobacias de pasaje que transcurrirían “asiéndose de la cuerda S”.
En otros lados, la semejanza recae en la traza de un sustantivo anatómico (“pedúnculos”) o vagamente histológico (“intersticios”) o desembozadamente alquímico; como cuando, entre una y otra erótica, Allouch sospecha la acción catalizadora de un tertium quid, de un algo tercero y desconocido que precipita la reunión de dos términos conocidos y, hasta ese momento, independientes entre sí. Aún poco antes de cerrarse el libro, el afán de dar cuenta del entre de las dos analíticas insiste. La página 70 ensaya, al mismo tiempo, anotarlo como “una operación [catalítica] que liga” y como “una vía [topográfica] de paso”. De ninguna manera habría que juzgar estas oscilaciones como una metafórica indecisa. Ese parpadeo de distintas figuraciones es muestra de que ahí, en la línea que separa la Columna 1 de la Columna 2 del pedagogo, queda aún mucho por decirse, tanto para la formulación teórica como a propósito de la práctica analítica.
4. La antipedagogía de la segunda analítica
También para desgracia de los pedagogos, debemos subrayar que si en algo abunda la Columna 2 de Para acabar con una versión unitaria es en incertezas y complicaciones. Por ejemplo, en página 42 se lee: “[localizar las tres in-existencias en una] pura y simple negación es fallar el tiro al ofrecerles un estatuto lógico al que ellas no se prestan.” Además, a esa altura del libro, otro disgusto les espera. Es el de afirmaciones que apuntan contra el sentido común de las lógicas que tomaron al proceso de pensar como algo que únicamente atañería a una mecánica limpia y bien reglada de cálculo de proposiciones. Para acabar con una versión unitaria, en cambio, se plantea con firmeza la cuestión –bien melenottiana– acerca de cómo el cuerpo y la erótica participan del pensamiento. Así, en página 40 Allouch sostiene que hay un estado de espíritu propicio para reflexionar seriamente acerca de la excitación –tema nada secundario, no olvidemos que, en francés, este libro de Allouch lleva el título interrogativo de ¿Por qué hay excitación en lugar de nada?–. Ésta es la respuesta:
Cada excitación es portadora de una cuestión insistente, siempre la misma, y que sólo puede plantearse estando [uno] excitado –no discurriendo, eso sería una tontería–.
Que se complementa, luego con las siguientes líneas electrizantes de página 47:
Una frase de Lacan abre la vía […] le llegó en el curso de una experiencia […] se había unido a una mujer a quien calificó de histérica y había obtenido de esa unión sexual cierto saber.
¿Qué ejercicio práctico podrían proyectar los pedagogos acerca de semejantes afirmaciones? Imagino, en cambio, a estas páginas vivamente subrayadas en el ejemplar perteneciente a George-Henri Melenotte, en la medida en que es aquí donde Para acabar con una versión unitaria reconoce más elocuentemente la inmixión del pensamiento con el cuerpo, y no únicamente con el cuerpo, también con el tiempo, con el de la precipitación subjetiva de los actos.
Así, a vuelta de página Para acabar con una versión unitaria se pregunta: “Lacan pudo decir que la única prueba de la existencia de Dios sería que Él gozara. ¿Pero cómo saberlo? ¿cómo saber si el Otro goza? ¿no goza?”. Y responde: “En acto, la excitación, sea cual sea el orden pulsional que tenga, se lo pregunta y, en el escamoteo de la respuesta se renueva.”
Es el momento de mayor proximidad de lo último de Allouch con tres grandes indagaciones de Melenotte de los últimos diez años. Es decir, aquella en que se ocupa de las metamorfosis eróticas y creativas facilitadas por sustancias del imaginario; la del libro Freud incognito. Danse avec Moïse, en que reconstruye las circunstancias de la escritura del ensayo de Freud acerca del Moisés de Miguel Ángel, y la, todavía inédita, a propósito de la mutación del estilo de William Burroughs. En cada caso, insiste la pregunta de cómo la vida erótica, de cómo la carne abre puertas al pensamiento.
Un mismo hilo atraviesa su búsqueda de la incidencia subjetiva de las sustancias en el arte de Michaux; su persecución coreográfica del abrazo y el bailoteo de Freud en torno al Moisés de Miguel Ángel, como prolegómeno para alcanzar conclusiones ensayísticas; y su reconstrucción erótico-político-textual de la estadía de Burroughs en esa ciudad fuera de la ley que era Tánger después de la Segunda guerra mundial, donde la permisividad al consumo de sustancias y la prostitución homoerótica de jovencitos habría sido una condición necesaria para que la escritura de Burroughs diera el giro decisivo.
Desde luego, no fueron razón suficiente: no alcanza con los alucinógenos para convertirse en un Michaux, ni medir con una cinta métrica esa escultura para escribir lo de Freud y, desde luego, de no haber obtenido antes su título en Letras en Harvard o no haber hecho amistad con la tribu de Jack Kerouac, Burroughs no figuraría en la historia de la literatura por mucho que se hubiese instalado en Tánger. Tampoco falta decir que todos los amantes de aquella « mujer histérica » no sacaron las conclusiones de Jacques Lacan. Pero lo que hay que destacar es que, tanto para Melenotte como para Allouch, se tratarían de experiencias necesarias y no meramente concurrentes.
Ya ven como tener presente a Melenotte ayuda a resaltar lo más alarmante de Para acabar con una versión unitaria y desarticular los prejuicios que eventualmente despierta.
5. ¿Hay una mística de la no-relación?
Para concluir, me detendré en una inquietante hipótesis de Jean Allouch a propósito de cuál práctica erótica se correspondería con los parpadeos del no y del sí de la segunda analítica. A su entender:
[…] desembocamos en una cosa donde un lógico clásico podría reconocer una paradoja. Bastaría con admitir que un deseo condujo a tal unión sexual para definir dicho deseo como un deseo de una ausencia de deseo (de relación sexual). Lo cual equivale a decir que abre un abismo en la erótica. ¿Sería oportuno, respecto a esto, evocar una nueva mística? ¿Una mística más cercana a San Juan de la Cruz que a Santa Teresa de Ávila?
Se conoce de sobra el contraste entre la mística seca de estímulos sensoriales del santo y la multisensorial transverberación de la santa que embrujaría el cincel de Bernini. Sin embargo, el origen y el poder heurístico de la sugerencia de Allouch se esfumaría, para la mayoría de nosotros, si pasáramos por alto la nota al pie a la que envía. Es la nota en que se nombra la tesis del Jean Baruzi acerca de Noche oscura de San Juan de la Cruz. Como bien lo resume allí Le Brun, para Baruzi la ascensión mística del santo carmelita estaba regida por “un ritmo de afirmación por una vía que parece primero negación”. Esta feliz aclaración, me recuerda que en los tiempos en que Baruzi daba clases de filosofía en el Colegio Stanislas, sus alumnos más curiosos, Jacques Lacan entre ellos, leían “Trois Dialogues Mystiques Inedits de Leibniz”, un polémico artículo firmado por su profesor y publicado en la influyente Revue de Métaphysique et de Morale. Con afable firmeza Baruzi atacaba allí el libro A critical exposition of the philosophy of Leibniz de Bertrand Russell. A partir de un trabajo erudito con la correspondencia y ciertos papeles inéditos, Baruzi mostraba cómo Leibniz, contrariando la reconstrucción logicista de Russell, ponderaba, por ejemplo, la mortificación de vestirse con el cilicio como recurso para avivar el pensamiento. Y, a partir de diálogos hasta entonces desconocidos en francés, Baruzi exponía hasta qué punto en la obra de Leibniz se encadenan inextricablemente proposiciones lógicas y místicas. Así lo decía:
Tesis a la vez lógica, metafísica, mística. Leibniz se nos muestra, ahora, más real. Su lógica se fusiona de pronto con su pensamiento místico, sin que pueda decirse que la primera intuición fue del todo racional o del todo mística. ¿Qué provecho tendría decidirlo? ¿Y cómo estar seguros de que, desde el origen, una “lógica de ángeles”, como suele decirse, no haya fusionado las dos posiciones?
Jorge Baños Orellana, Montevideo, 20 de octubre de 2018